Saltar al contenido principal
Artículo Destacado

La trampa de la productividad

Estar ocupado para Dios no es suficiente.

Charles F. Stanley 1 de enero de 2020

No me duermo con facilidad, y cuando duermo a menudo lo hago de manera no profunda. Me despierto en medio de la noche, perturbado por el crujir de la casa cuando se mueve sobre sus cimientos, o sobresaltado por los arbustos que crujen fuera de mi ventana. La respiración de mi esposa a mi lado es tranquila, rítmica como una marea entrante. Pero a lo lejos escucho el ulular de una ambulancia, y me pregunto de quién será la desgracia. Reproduzco los hechos del día en mi mente, revisando las conversaciones y mejorando mi contribución con agudeza imaginaria. Medito en el pasado. Me preocupa el futuro. El reloj de la mesita de noche cuenta las horas restantes, y estoy acostado en la oscuridad, esperando que la ventana se ilumine con la luz gris del amanecer. No soy el único que me mantengo despierto en la oscuridad. Según la National Sleep Foundation (Fundación Nacional del Sueño), más de la mitad de todos los estadounidenses dicen que tienen problemas para dormir por la noche. Somos una cultura privada del sueño.

La Iglesia sufre de un problema parecido. No por la falta de sueño, sino por el déficit de descanso. La congregación de hoy es un lugar frenético. Nuestra adoración se caracteriza por una devoción delirante cuyo objetivo principal es la participación congregacional saturada. El baterista marca el tempo de la primera canción, y nosotros nos levantamos para cantar. Permanecemos de pie durante todo el tiempo de los cantos del servicio. Se nos exhorta a levantar las manos o a aplaudir como una forma de enfocar la adoración, que se ve como una experiencia de cuerpo entero. Entre canción y canción, el líder de adoración nos dice que nos levantemos de nuestros asientos y busquemos a alguien a quien podamos presentarnos. El pastor nos recuerda que pasemos por el mostrador de información y nos registremos para el último proyecto de la congregación, y que luego pasemos tiempo charlando mientras tomamos un café con alguien en el lobby.

En otras iglesias, el inicio de la adoración sigue siendo señalado por el agudo tono del órgano. Aunque no haya tambores allí, hay mucha actividad. En ese caso, la presión se centra en la asistencia a la iglesia y en la participación en sus programas. Los que aman al Señor Jesús deben estar presentes siempre que las puertas de la iglesia estén abiertas. Estar en los asuntos de Cristo significa ocuparse de los asuntos de la iglesia. Se urge a los miembros que sirvan en comités, que enseñen en la escuela dominical, y que escuchen a los niños decir versículos los miércoles por la noche. Al menos algunos miembros, alrededor del 20%, lo hacen. Otros se sienten incómodos, tratando de no mirar a los ojos al pastor mientras éste hace el último llamado para más ayuda en la guardería de niños.

La altamente motivada iglesia de hoy se esfuerza todo el tiempo por superar cada vez más su nivel de actividad. Si la asistencia ha aumentado, debería aumentar aun más. Si los programas se han expandido, deben expandirse aun más. Cada año, la iglesia lanza nuevas iniciativas, de la misma manera que las compañías de automóviles lanzan nuevos productos. Al igual que el último modelo de automóvil, el nuevo proyecto de la iglesia debe ser más impresionante que el anterior. Pero cuando los miembros de la iglesia se ven sometidos a este tipo de presión para producir, la comunidad de creyentes deja de verse a sí misma como un reino de sacerdotes pensando, en cambio, que es una industria de servicios cuya misión principal es proporcionar bienes espirituales y atención a un montón de personas. Tratan a los visitantes como consumidores y a los miembros como empleados cuyo trabajo principal es promover la marca. El mensaje implícito es que, para la congregación, no basta con venir a la iglesia y adorar. Debemos traer algo más a la mesa. Debemos añadir valor. Debemos producir.

Empapados como estamos en una cultura tal, es sorprendente escuchar la nota diferente en la invitación del Señor Jesús. En Mateo 11.28-30, Él dice: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga”. De la misma manera, la imagen del Señor de la vida bendecida en las Bienaventuranzas no se enfoca en el valor que añadimos al reino, o en lo bien que lo hacemos para la iglesia, sino en lo que nos falta a nosotros. Lo que el Señor Jesús dice en las Bienaventuranzas es sorprendente. ¿Qué clase de bendición puede venir de saber lo que no somos? Como alguien dijo una vez: "Nadie es ayudado por las personas negativas, aun cuando lo que ellas digan sea verdad".

En realidad, las Bienaventuranzas no son una evaluación del desempeño, ni siquiera un objetivo al que aspirar. Son una comprobación de la realidad. Cuando las leemos, sabemos intuitivamente dónde caerán todas las marcas de verificación. Aterrizarán en la casilla que dice "necesita mejorar". Las Bienaventuranzas son un diagnóstico que también revela la falla fundamental en la mentalidad de productividad de la iglesia. Quienes recurren a sus propias reservas para calcular si tienen suficiente santidad para encontrar la aceptación de Dios, inevitablemente se quedarán cortos. Si usted quiere tener virtud, no puede tomarla por la fuerza. Como dijo el Señor mismo, solo los enfermos tienen necesidad de médico (Mt 9.12). Esto es lo que la Biblia llama gracia, y en lo que se refiere a la gracia, solo estar vaciado es suficiente.

Somos escépticos de tal mensaje. No solo por la cultura orientada al desempeño de la iglesia de hoy, sino también por nuestra propia naturaleza. Nuestra manera natural de pensar es antitética al evangelio. Como dijo el filósofo Josef Pieper: “El hombre parece desconfiar de todo lo que sea fácil; solo puede disfrutar, con la conciencia tranquila, de lo que ha adquirido con esfuerzo y problemas; se niega a tener algo que haya recibido como regalo”. Lo que la iglesia necesita es descanso. Pero es un descanso de un tipo especial, no solo de días libres y vacaciones, sino algo que solo Cristo puede proporcionar. Es tanto un remedio como un alivio, y Él lo ofrece como un regalo. También es la clave del tipo de bendición que el Señor Jesús describe en las Bienaventuranzas. Estas bendiciones no son pagos por servicios prestados, sino la provisión misericordiosa de Cristo para quien la necesita. Como dijo Martin Lutero: "Antes de que tomes a Cristo como ejemplo, primero lo aceptas y lo reconoces como un regalo, como un presente que Dios te ha dado y que te pertenece".

El comentario de Lutero es también la respuesta a la pregunta que me hacen con frecuencia cuando se trata de del descanso: "¿Cómo se logra?" Cuando respondo, no estoy hablando de una vida que solo puede ser vivida por unos pocos elegidos. La invitación de Cristo en Mateo 11.28, 29 está dirigida a todos los que trabajan y están cargados. Pero en un mundo formado por trabajadores, el descanso en sí mismo es una idea radical. Y en una iglesia que cree que los fieles también deben ser trabajadores para justificar su presencia en ella, es una experiencia poco común. Aunque hay algunas disciplinas, como día el de reposo, el recogimiento y el silencio —que pueden ayudarnos a reestructurar nuestras vidas y reorientar nuestros pensamientos— el descanso no es esencialmente una cuestión de metodología. Estamos tan orientados a los resultados, que podemos convertir la experiencia en una tarea más. Añadimos las disciplinas del descanso a nuestra lista de cosas que debemos hacer por el Señor Jesús, y se nos escapa el punto por completo. Como me dijo una persona: "¡Toda esta charla sobre el descanso me cansa!".

Al mismo tiempo, aunque el descanso no es una cuestión de metodología o una disciplina en particular, es algo que debe buscarse. La Biblia lo describe como un regalo y un objetivo. Por eso el escritor de Hebreos exhorta a "esforzarnos" por entrar en ese descanso o reposo (He 4.11 NVI).

Esta sagrada búsqueda tampoco nos exime de la obligación de servir a Cristo. De hecho, nuestro servicio depende de lo que solo el Señor Jesús puede proporcionar: no servimos para después descansar, sino al revés. Servimos por descanso. Y es la cruz de Cristo la que nos permite tomar la nuestra. Este yugo de descanso que el Señor ofrece puede ser recibido, pero no puede ser tomado por la fuerza, adquirido por negociación, o incluso alcanzado por la disciplina.

A primera vista, el descanso puede sonar como algo que existe aparte de Cristo, como si el Señor fuera un padre que le da una moneda a un niño pequeño. Pero el Maestro es el sujeto del verbo en Mateo 11.28, y nosotros somos el objeto. Lo que el Señor Jesús dice podría traducirse más o menos como: "te descansaré" o "te refrescaré", una promesa que es tanto relacional como experiencial. Venimos al Señor Jesucristo, y Él nos refresca. No venimos a Cristo, recibimos su regalo, y luego seguimos nuestro camino. Al ofrecernos descanso, Él se ofrece a sí mismo. Y esto es lo que a menudo no vemos: descanso es sinónimo del Hijo de Dios, quien es tanto su promotor esencial como su arquitecto principal. El primer paso es también el último: Buscar al Señor Jesús. Porque si el descanso es un objetivo, debo ser llevado al a ese descanso si quiero lograrlo.

 

Por alguna razón, quienes que una vez abrazamos el evangelio de la gracia hemos llegado a creer que el mantenimiento de la vida cristiana depende solo de nosotros. Hemos sido convencidos de que nuestro valor a los ojos de Dios está ligado a lo que producimos en su nombre. Como resultado, hemos sido derrotados por nuestra propia ambición, aunque sea una ambición espiritual. Pero hay más en la vida cristiana que trabajar por la iglesia.

No me duermo con facilidad. Pero si espero lo suficiente, el sueño llega al final a reclamarme, siempre como una sorpresa, saludándome como un amante que se me acerca a hurtadillas por detrás y me tapa los ojos. Lo mismo sucede con Cristo. Cuando le encontramos, entramos en el reposo, que fue lo que Él se propuso desde el principio. Como confesó Agustín, Dios nos hizo para Dios. Y siempre estaremos inquietos hasta que descansemos en Él.

 

Ilustración por Mark Wang

 

Para más información acerca de nuestro tema del año, “Bienaventurado soy”, haga clic aquí.

Más Artículos