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Para superar al miedo

La comunidad es esencial para nuestro florecimiento como pueblo de fe.

Tim Rhodes 1 de agosto de 2020

No puedo explicar bien por qué me desperté una hora antes de que sonara la alarma del reloj. Quizás fue el amanecer temprano. O tal vez mi emoción por el regreso de la primavera o de los sonidos relajantes del lento pero constante goteo de la nieve y del hielo derritiéndose, revelando un terreno que casi había olvidado desde noviembre. Las aceras y los bancos emergieron de su hibernación nevada, y había un aire fresco que podía hacer saltar de entusiasmo incluso al más malhumorado cascarrabias.

 

Mi esposa y yo llevábamos casi un año viviendo en Moscú, Rusia, cuando nos dimos cuenta de lo mucho que habíamos subestimado el sol y el clima templado. Esa mañana, a diferencia de aquellas de la oscuridad del invierno, no languidecía en la cama, esperando hasta el último segundo para quitarme de encima mi cálido edredón. Prácticamente me desperté con un salto, listo para lanzarme al día y, sin embargo, ansioso por tomar tiempo para prepararme.

Un amigo y yo habíamos hecho planes para encontrarnos cerca del centro de la ciudad. A pesar de los indicios de una nueva y emocionante temporada, el frío persistente hacía aún que los preparativos para el mundo exterior fueran largos y elaborados. Haciendo una pausa mientras me ponía la ropa, revisé los sitios de noticias locales y las redes sociales para matar el tiempo. Mientras pasaba de una noticia a otra, comencé a ver unas palabras que aparecían una y otra vez:

Noticias de última hora

Atentados

Metro

Víctimas

Pesadilla

La secuencia de tuits era sobre confusas y numerosas advertencias de residentes de Moscú. Parecía que algún tipo de ataque terrorista había ocurrido en el centro de la ciudad. Las muertes habían sido confirmadas, y el número estaba aumentando lentamente. A pesar de no tener todavía la información más actualizada, llamé a mi amigo. Nuestros planes tendrían que esperar. Sabía que nosotros, y la mayoría de las personas de la ciudad, no iríamos a ninguna parte ese día.

Con el paso de las horas, la niebla de pánico comenzó a desvanecerse, y se confirmaron más detalles concretos. Con cuarenta minutos de diferencia, dos vagones de tren en estaciones separadas fueron atacados por terroristas suicidas durante el viaje matutino al trabajo. Al final, cuarenta personas murieron y cientos resultaron heridas en la tragedia.

Aunque el desastre fue en verdad desgarrador, también se sintió como un golpe en el estómago: el ataque fue en un lugar que afecta la vida cotidiana de cada moscovita. Alrededor de la mitad de la ciudad toma el metro todos los días. En nuestras computadoras portátiles y teléfonos celulares, Beth y yo chequeamos para ver cómo estaban nuestros amigos de la ciudad, comenzando con aquellos que sabíamos que trabajaban en las áreas de los ataques. Nuestros amigos rusos también estaban chequeando frenéticamente nuestro estado. Aunque cuarenta es un número pequeño en una ciudad de alrededor de 12 millones de habitantes, el ataque se sentía personal. Beth y yo, a poca distancia de dos estaciones diferentes, usábamos el metro todos los días, varias veces. Aunque las probabilidades de que alguno de nuestros conocidos hubiera sido afectado de manera directa eran astronómicamente bajas, cada persona en Moscú se preguntaba si alguien conocido había sido afectado.

A medida que el resto del mundo se despertaba poco a poco con la noticia de los atentados, recibíamos frenéticos y preocupados mensajes de amigos y familiares en los Estados Unidos. Aunque lo primero de lo que querían asegurarse era de que estábamos a salvo, la siguiente pregunta más frecuente era si estábamos planeando dejar la ciudad. ¿No era demasiado peligroso? ¿No estábamos preocupados? ¿No deberíamos volver a casa, donde estaríamos a salvo?

Compartir la lucha con nuestros prójimos nos dio toda la estabilidad para enfrentar y superar el miedo y la incertidumbre.

Estos pensamientos no habían cruzado por nuestras mentes. Extrañamente, lo contrario sí. Hay algo en las tragedias que pone a prueba y fortalece los lazos de amor dentro de una comunidad. Cuando se mira desde lejos, los espectadores solo pueden ver el riesgo. Pero el procesamiento y la reconstrucción que vienen después tienen un efecto más profundo: intensifican el sentido de pertenencia, junto con la solidaridad y el afecto. Es un momento para pasar por el dolor juntos. En nuestra experiencia, compartir la lucha con nuestros prójimos nos dio toda la estabilidad para enfrentar y superar el miedo y la incertidumbre.

Las Sagradas Escrituras, como todos sabemos, hablan de amar a nuestro prójimo. Gálatas 5.13, 14 (LBLA) dice: “Vosotros… a libertad fuisteis llamados; solo que no uséis la libertad como pretexto para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros. Porque toda la ley en una palabra se cumple en el precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Después de los atentados, si nuestro primer pensamiento en medio de todo era salir cuando la vida se volvía difícil, ¿éramos, para empezar, parte de la comunidad? Los ataques no hicieron que quisiéramos irnos; la única opción que nos dieron fue quedarnos.

En los días siguientes, cuando las rutinas se vieron obligadas a volver a la normalidad, ya no dimos por sentada nuestra seguridad. Ahora tomamos conciencia de nuestras acciones y de los riesgos involucrados. Beth y yo tomamos la decisión consciente de caminar por el paso subterráneo a un túnel del metro, algo que una vez hacíamos sin pensar. Pero era un riesgo que todos sabíamos que estábamos tomando, y lo estábamos contrayendo juntos. Nuestra respuesta y nuestra revancha fueron tan solo seguir viviendo nuestras vidas, rutinas y tradiciones sin ningún cambio, excepto, quizás, por revelar un toque de desafío en la forma en que nos aferramos a ellas.

Los momentos de este trágico día del 2010 están grabados en nuestras mentes. Nunca olvidaremos la angustia y el miedo que sentimos. Sin embargo, lo que más recordamos fue la decisión de no huir del peligro, sino de encontrar regocijo con nuestros seres queridos y llorar juntos en la niebla de la pérdida. Cuando orábamos por la paz, no se trataba de una idea hipotética y nebulosa. Era un compromiso con la acción.

 

Ilustración por Adam Cruft

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