Como prisionero en una cárcel de Roma, Pablo seguramente se sintió decepcionado. El apóstol se estaba defendiendo ante un tribunal y podía ser condenado a muerte. Sin embargo, de las muchas personas cuyas vidas había tocado, ninguna estuvo presente para apoyarlo.
Hay varias razones lógicas que podrían explicar por qué los amigos de Pablo y los conversos que había ganado para el Señor estaban ausentes. En los tribunales romanos, los testigos solían ser vistos como cómplices y podían compartir la suerte del acusado. Pero también pudo haber una razón más sutil, con la que muchos creyentes de hoy pueden identificarse: al ver en Pablo a un gigante espiritual cuya fe parecía inquebrantable, tal vez pensaron que no necesitaba su ayuda ni su apoyo.
¿Y no hacemos nosotros lo mismo con nuestros pastores, maestros de la Biblia y otros líderes espirituales? Juzgamos la madurez de su fe y damos por sentado que un cristiano tan maduro puede enfrentar todo lo que venga sin nuestra ayuda.
Pablo sabía que Dios cuidaría de él, pero aún así deseaba el contacto de un amigo, palabras de aliento y la presencia física de sus seres queridos. Por esta razón los creyentes estamos llamados a ministrarnos unos a otros (1 Ts 5.11).
BIBLIA EN UN AÑO: 1 TESALONICENSES 1-5