Es fácil decir que amamos a Dios, pero ¿estamos demostrando con nuestros hechos que lo amamos? El viejo adagio es cierto: las acciones hablan más fuerte que las palabras.
La medida de nuestro amor es la obediencia a los mandamientos y principios de Dios. De hecho, Cristo enfatizó este mismo punto tres veces en el pasaje bíblico de hoy (Jn 14.15, 21, 23). Este tampoco era un concepto nuevo para los discípulos. Habrían estado familiarizados con la conexión bíblica entre el amor y la obediencia (Neh 1.5; Dn 9.4). De hecho, Dios siempre ha enfatizado que la manera de mostrar nuestra devoción es haciendo lo que Él dice (Dt 8.11; 10.12; 13.3, 4).
El compromiso a medias puede parecer bastante bueno para otros, pero Dios conoce la diferencia. Un predicador podría predicar mil sermones y no amar al Señor. Y como creyentes, podemos levantar las manos en adoración, apoyar las misiones y decir las palabras correctas. Pero a menos que estemos siguiendo los mandamientos de la Palabra de Dios, lo más que le estamos mostrando al Señor es un afecto tibio. Las obras no prueban nada. Amar al Señor implica obedecerlo.
Por tanto, es sabio seguir las instrucciones de Dios a Josué, es decir, de meditar en las Sagradas Escrituras de día y de noche (Jos 1.8). La lectura diaria de la Biblia nos recuerda que obedecer es la única manera de ser fiel y amar al Padre.
Biblia en un año: 1 Samuel 15-16